El Camino a la Desolación


por

Vítor da Silva

Becario emergente de conservación: Voces indígenas y conservación cultural

Vítor da Silva es un investigador de los derechos indígenas, etnógrafo y narrador. Tras dejar las Fuerzas Armadas portuguesas, Vítor se forjó una experiencia única en el campo de la ciencia forense y la antropología, y en la actualidad utiliza su formación en investigación criminal para descubrir e informar sobre los abusos de los derechos humanos contra los pueblos indígenas de todo el mundo. Algunas de las comunidades con las que ha trabajado son: la tribu Maasai de las sabanas de Kenia, el pueblo nómada Changpa de la meseta del Himalaya y el pueblo Noke Kuin de la Amazonia brasileña. Su tesis de posgrado "Ritual, resistencia y derecho a existir" se centra en la relación entre los rituales sagrados y el poder de resistencia entre los pueblos indígenas de la selva amazónica, una investigación etnográfica que forma parte de su máster en la London School of Economics and Political Science (LSE).

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2 de abril de 2022

El Camino a la Desolación

 

por Vítor da Silva

Figura 1. Agapo, un anciano maijuna, recubre su canoa hecha a mano con alquitrán. (Foto de Brian Griffiths)

Nuestra canoa toca el terraplén del río, y el anciano maijuna de 69 años, Agapo, me empuja hacia el bosque mientras se balancea descalzo sobre su canoa. El bosque es espeso y no hay ningún camino a mi alrededor. Espero a que Agapo ate su canoa y, con la energía de un veinteañero, trepa por el resbaladizo terraplén y se adentra en el denso bosque a una velocidad que me cuesta igualar. Sin brújula ni GPS, iniciamos nuestro camino a través de la selva virgen. Caminamos bajo los majestuosos árboles de la selva que se alzan cubriendo el cielo azul, mientras los rayos de sol atraviesan el espeso dosel y el graznido de los loros perfora el zumbido de un bosque en riesgo de desaparecer.

"Si construyen la carretera, todo quedará destruido. No quedará nada para que los niños vean. No tendrán nada que comer".

- Agapo Ríos Torres, anciano de Maijuna
Fig. 2. Una familia Maijuna de Sucusari se prepara para llenar sus canoas con los excedentes de miel y fruta para la venta. (Foto de Vítor da Silva)

El pueblo maijuna ha vivido en esta parte del Amazonas desde tiempos inmemoriales. Al igual que muchas comunidades indígenas de la Amazonia, los maijuna vivieron violentas persecuciones por parte de foráneos que intentaron despojarlos de su cultura, su lengua y sus tradiciones. "Domar a los incivilizados" para distanciar a las comunidades locales de sus raíces fue uno de los primeros pasos para esclavizar a un pueblo que, por lo demás, era autosuficiente en un esquema colonial de relación patrón-arrendatario que pretendía devorar sus recursos naturales para alimentar el desarrollo económico de tierras lejanas.

Puede que los maijuna se hayan liberado de este esquema de subordinación, pero sus tierras siguieron siendo invadidas por cazadores furtivos y madereros ilegales hasta principios de la década de 2000, cuando los maijuna y sus comunidades kichwa vecinas iniciaron un proceso para establecer un área de conservación regional: el Área de Conservación Regional Maijuna Kichwa (MKRCA). Este esfuerzo conjunto se tradujo en la protección de 391.039,82 hectáreas de selva tropical ecológicamente sensible y permitió a las comunidades locales poner fin a las amenazas de la extracción ilegal e insostenible de recursos que se extendía por la región.

Pero hoy en día, está en marcha un proyecto binacional de megadesarrollo de carreteras, que atravesará sus tierras tituladas y ancestrales, incluida la MKRCA. A esta ambición apocalíptica se suma un corredor de "desarrollo" de 10 km de ancho que seguirá los márgenes de la carretera, principalmente para las plantaciones de palma aceitera, conocidas por la fragmentación del hábitat y la desecación irreversible de los suelos de turba1, lo que tiene consecuencias devastadoras para los medios de vida de los Maijuna.

Fig. 3. Dosel forestal en las tierras ancestrales de los Maijuna de Sucusari. (Foto de Vítor da Silva)

Hace calor y hay humedad bajo el denso dosel y corro para seguir el ritmo de Agapo, mi brújula viviente de la selva. Utilizando sólo el paisaje como puntos de referencia, navega por la selva sin vacilar ni temer perderse. Mueve su machete con una agilidad sin esfuerzo, atravesando la densa selva con una gracia nacida de toda una vida en la naturaleza. A lo largo del camino, Agapo hace algunas paradas y me cuenta todas las historias que puede recordar, mientras yo, como etnógrafo, las registro con todo el detalle que las circunstancias permiten. Pero la documentación de sus conocimientos iba más allá de cualquier afán de indagación antropológica. Más bien, sentí que había una expectativa entendida por su parte de que yo lo hiciera. Parecía como si recitara estas historias sólo para no olvidarse de ellas. Al mismo tiempo, su voluntad de compartir sus enseñanzas parecía surgir de un conocimiento consciente de la importancia de salvaguardar su repertorio de conocimientos tradicionales para las siguientes generaciones. 

Continuamos caminando durante otra hora. El zumbido del bosque se atenuaba a cada paso, hasta que Agapo se detuvo en un extraño claro que contrastaba con el bosque circundante. Se trataba de un antiguo camino de 5 metros de ancho que había sido tallado por los caucheros que utilizaban el sendero para transportar caucho y otras mercancías a caballo. Más tarde, me cuenta Agapo, fue reutilizado por los narcotraficantes que transportaban cocaína al país desde Colombia. Hoy en día, este camino casi cubierto de maleza está marcado como uno de los senderos que se convertirán en la carretera Iquitos-Colombia y su perversa "iniciativa de desarrollo" de 10 km de ancho. Tras un largo periodo de silencio, Agapo, que se quedó quieto en medio del claro, relató una época en la que él y su padre cazaban juntos en la zona. El sentimiento de nostalgia en su voz era claro, al igual que su dolor y ansiedad por el futuro de su pueblo.

Fig. 4. Agapo me habla de los recuerdos que compartió con su padre en estos bosques. (Foto de Vítor da Silva)

El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, tratado internacional del que el gobierno peruano es signatario, exige la consulta y participación significativa de los pueblos indígenas en las actividades que puedan afectar a sus propias sociedades y territorios. Garantiza su derecho al consentimiento libre, previo e informado en relación con cualquier proyecto de desarrollo que les afecte, y da prioridad a las necesidades de desarrollo propias de los pueblos indígenas: 

Convenio 169 de la OIT (artículo 7.1)

"Los pueblos interesados deberán tener el derecho a decidir sus propias prioridades para el proceso de desarrollo en la medida en que éste afecte a sus vidas, creencias, instituciones y bienestar espiritual y a las tierras que ocupan o utilizan de alguna manera, y a ejercer el control, en la medida de lo posible, de su propio desarrollo económico, social y cultural. Además, participarán en la formulación y ejecución de los planes y programas de desarrollo nacional y regional que puedan afectarles directamente." 2

Estas leyes siguen siendo desatendidas por el gobierno, que ve la mayor selva tropical del mundo como un manojo de vegetación variada que debe ser cortada para alimentar el desarrollo económico de unos pocos. Para los Maijuna, en cambio, la selva que ha alimentado y cobijado a su pueblo durante generaciones no es una mera aglomeración de fauna y flora. Es el lugar de descanso de sus antepasados y el origen de todas sus historias y mitos. Una arboleda viva y sagrada que proporciona a la comunidad una forma de sustento que va más allá del alimento del cuerpo para abarcar el alimento del alma.

El pueblo Maijuna no está en contra del desarrollo. Aprovechan los beneficios tecnológicos de la modernidad, pero lo hacen en sus propios términos y según sus necesidades esenciales. Pero temen que la carretera propuesta, para la que nunca se les ha consultado, traiga consigo los mismos impactos devastadores que han presenciado en otras comunidades indígenas de Perú.3 El pueblo Maijuna ha aprendido que los impactos de la carretera no se limitarán a la deforestación o a la dañina contaminación resultante de la circulación de vehículos. Saben muy bien que la carretera también reabrirá las puertas a la tala ilegal, la minería, la caza agresiva y los monocultivos que podrían acabar con la caza silvestre y otros recursos forestales de los que depende la comunidad para su supervivencia física y cultural.

Fig. 5. Sebastián Rios Ochoa, anciano maijuna, durante una de sus actividades favoritas de la madrugada: la pesca. (Foto de Vítor da Silva)

Las numerosas comunidades amazónicas que perdieron sus tierras ancestrales en favor de proyectos que prometían servirles se encuentran ahora en zonas marginales de pequeñas ciudades, desintegradas de sus raíces y tradiciones mientras intentan arañar una vida de una economía basada en el dinero en efectivo que los mantiene firmemente en la parte inferior. Hoy, los bosques ancestrales que aseguran la supervivencia física y cultural del pueblo Maijuna están amenazados, pero la comunidad está obligada a protegerlos con todo lo que tiene, aunque eso signifique adaptarse a un juego burocrático que nunca quisieron jugar.

"No sabemos si podremos ganar la lucha contra el Estado. El gobierno tiene mucho dinero y puede hacer lo que quiera, mientras que nosotros apenas tenemos recursos para movilizar a nuestras comunidades. ¿Qué más podemos hacer?"

Agapo Ríos Torres, anciano de Maijuna

Nuestro camino de vuelta al campamento fue extrañamente silencioso. Agapo, que caminaba a paso rápido, no miró atrás mientras yo me enredaba en la densa vegetación y me enterraba hasta las rodillas en el barro. Parecía atormentado por el pasado y preocupado por el futuro. Agapo, al igual que el puñado de ancianos Maijuna que defienden esta resistencia, han sido testigos del llanto del bosque durante toda su vida, y entienden perfectamente que la lucha por proteger sus tierras ancestrales no terminará con la detención de esta carretera. La historia les ha enseñado que las riquezas que se esconden bajo el corazón palpitante de la Amazonia seguirán siendo buscadas. Por estas razones, los ancianos Maijuna temen por las próximas generaciones que deberán llevar la antorcha de su pueblo en sus corazones y almas mientras se adentran en un futuro impredecible. 

"Mis hijos e hijas están siguiendo mis pasos y están aprendiendo a proteger mejor nuestros bosques. Cuando les llegue la hora, serán ellos los que se levanten para salvaguardar las tierras de Maijuna. Pero ahora es nuestro momento, para liderar esta lucha con el ejemplo y sentar un precedente para el futuro".

Agapo Ríos Torres, anciano de Maijuna

Pedimos al gobierno de Perú que proteja la diversidad biológica de esta zona no sólo para nuestras comunidades, sino para todos los peruanos y el mundo. Pedimos al gobierno que proteja esta zona como medio para tomar medidas contundentes contra el cambio climático global. Pedimos al gobierno que escuche nuestras preocupaciones para que se preserven nuestros derechos y se proteja la diversidad biocultural del Área de Conservación Maijuna Kicha (MKRCA) y la región cercana para las generaciones actuales y futuras".

- Comunidades Maijiuna y Kichwa.

Referencias

  1. Fitzherbert, E., Sruebig, M., Morel, A., Danielsen, F., Bruhl, C., Donald, P. y Phalan, B., 2008. ¿Cómo afectará la expansión de la palma aceitera a la biodiversidad? Trends in Ecology & Evolution, 23(10), pp.538-545.
  1. Convenio sobre pueblos indígenas y tribales (1989), OIT 169 Artículo 7.1
  1. es decir, las comunidades afectadas por la carretera Iquitos-Nauta en Loreto.

 

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